Hemos tenido un parón enorme. Un tiempo sin tiempo ni espacio para dedicarnos a plasmar el frenético día a día. Una especie de agujero negro que se nos ha tragado en todo lo que no podemos hacer en menos de 5 minutos... Un agujero negro que se llama crianza.
Cuando llegamos a la crianza, en general, tenemos nuestras propias expectativas. Y pocas veces encajan con la realidad que después vivimos, pero así es... es nuestra crianza. Cambiante, agotadora, hermosa, estresante... pero, sobre todo, llena de oportunidades de aprender.
En el caso de la crianza de Pablo nos ha correspondido en suerte (y pondría suerte en mayúsculas porque cada día repito la suerte que tenemos de verle crecer) una crianza algo diferente a otras, que nos hace desarrollar un doble papel que quizás nadie debería tener que realizar: madre/padre y enfermera/o.
Las familias habitualmente se pueden permitir ser entre ellos "solo" lo que son por estructura familiar (y lo entrecomillo, porque me parece que es muchísimo de por sí ser padres, hermanos, abuelos...) Y así actúan, cada cual en su papel y cumpliendo sus funciones dentro de lo que les corresponde y de las circunstancias diversas de su familia. Pero es que resulta que la vida es eso: diversidad. Diversidad de necesidades, de estructuras vitales, de modos de vida, de realidades, de prioridades...
Y dentro de todas ellas cabe también la nuestra.
Estando en el hospital aún con Pablo, durante sus tres primeros meses, nos quedó claro que ese papel que íbamos a vivir en su crianza no sería el de ser padres solamente (que ya es muchísimo, insisto) sino que claramente debíamos adquirir una serie de conocimientos y habilidades concretas para poder cuidarle dentro de su realidad. Aprendimos a pinchar heparina, a disolver medicación, a cargar una bomba de alimentación, a cambiarle las fijaciones de la sonda, a proteger sus orejas y su surco nasolabial de las heridas que le provocaba el roce de las gafas de oxígeno, a ponerle un sensor de pulsioxímetro y hacer una buena lectura de lo que reflejaba el monitor, a identificar cuando debíamos ponerle oxígeno y cuando podíamos prescindir de su uso... Y todo ello requería mirarle de otro modo, uno en el que los padres y las madres no miran a sus hijos. Uno en el que suelen mirar los profesionales encargados de cuidar su salud.
Y ahí, intentando ser objetivos, hacer una observación desde la lógica y la evidencia de síntomas o de la carencia de ellos para atender a nuestro hijo, aprendimos que había surgido en nosotros una identidad diferente, una que implicaba poder comunicarnos con los profesionales sanitarios en lenguajes que corresponden a su sector, aprender a darles sintetizada la información importante y hacerlo de forma objetiva, sin dejarnos llevar por el miedo, la emocionalidad o el agotamiento de deber cambiar de papel con nuestro hijo entre el de cuidadores de su salud y el de padres de forma constante. Preguntarnos constantemente desde dónde estábamos mirando su estado, su comportamiento, sus movimientos o reacciones.
Si tenéis un/a peque con problemas de salud sabéis de lo que os hablo. Y sabéis cómo de difícil es este equilibrio... Porque muchas veces te gustaría desconectar tus señales de alerta. No estar pendiente del color de su piel, de si el tiraje de sus costillas ha aumentado sobre el habitual en él, de si ha aparecido algún hematoma de origen desconocido, de si le tiemblan las manos o se le atasca una pierna al caminar... de tantas, tantas cosas de las que estás pendiente y que cada día se integran en tu normalidad haciendo, en silencio y sin avisar, que tu parte de cuidado maternal o paternal quede un poco enterrada...
¡Y es tan importante ser consciente de que a veces necesitamos ser madres y padres sin más! Es tan importante para descargarnos presión y descargar presión de nuestra familia sentirse padres sin más de vez en cuando...
Si quienes no tienen hijos con enfermedades crónicas o recurrentes supieran el estado de alerta en el que se vive, la energía que se consume y la permanente lucha entre ser objetivos o ser padres...
Bendita carga, porque cada día es un inmenso regalo. Pero el peso de sentirse a veces más enfermera que madre es algo que no encuentro sencillo para nadie ¿Y tú?
Bea Fernández, mamá de un pequeño héroe
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